Érase una vez, en el lejano estanque de Puddletown, un pato llamado Toot-Toot. Nada le gustaba más que nadar en el burbujeante estanque y jugar con sus amigos.
Todos los días se zambullía en el estanque y chapoteaba felizmente, pero un día notó algo extraño: ¡había un número inusualmente grande de burbujas en el agua! Nadó hacia ellas con curiosidad y las pinchó con el pico. ¿Qué podrían ser?
Decidió preguntar a algunos de sus compañeros animales qué estaba pasando. La primera criatura a la que preguntó fue la Sra. Rana, que croó que tampoco lo sabía. A continuación, Toot-Toot preguntó al Sr. Tortuga, que dijo que debía tener algo que ver con toda la lluvia extra que había caído últimamente. Pero cuando Toot-Toot fue a buscar respuestas a Harry Heron, éste sólo encogió las alas y sacudió la cabeza con tristeza antes de salir volando sin decir una palabra. Ahora Toot-Toot estaba realmente confundido.
Así que, finalmente, decidió ocuparse del asunto con sus propios pies palmeados y averiguar por sí mismo por qué había tantas burbujas en el estanque de Puddletown. Aquella noche, cuando todos los demás se habían ido a casa, Toot-Toot remó hasta encontrar una misteriosa cueva escondida bajo los nenúfares de la orilla del lago: ¡de ahí deben salir todas esas burbujas!
Se aventuró en el interior con cuidado y miró a través de la oscuridad hasta que de repente… lo vio: cientos y cientos de botellas llenas de mezcla de burbujas de colores alineadas contra
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