Había una vez tres gatitos llamados Tom, Mabel y Tabby. Vivían con su madre en una pequeña casa de campo. Todos los días jugaban y exploraban el jardín que les rodeaba.
Un día, su madre les dijo que iban a venir visitas muy importantes y les pidió que se portaran bien. También les recordó que debían mantenerse limpios para estar guapos cuando llegaran las visitas. Todos los gatitos prometieron hacer lo que ella decía.
A la mañana siguiente, Tom se sentía especialmente travieso y decidió que quería ir a explorar en lugar de asearse para las visitas como habían hecho sus hermanos. Se escabulló sin que nadie se diera cuenta de que salía de la casa y se fue al jardín, donde empezó a jugar en los charcos de barro y a revolcarse en los montones de hojas.
Mientras tanto, Mabel y Tabby se mantuvieron ocupadas cepillando su pelaje hasta dejarlo súper suave, lavándose detrás de las orejas con agua tibia de un cubo cercano, peinando los enredos hasta que cada mechón volviera a estar perfecto, ¡todo ello sin perder de vista el regreso de Tom! Pero, por desgracia, el pobre Tom no volvió antes de que llegaran los invitados…
Cuando todo el mundo lo vio en posición de firmes en la puerta de su casa, vestido sólo con manchas de barro de la cabeza a los pies, ¡se oían jadeos por todas partes! Su madre le regañó con suavidad pero con firmeza sobre la responsabilidad, al tiempo que le recalcaba lo importante que es no sólo cuidar de uno mismo, sino también de los demás, ¡incluso si se trata de pequeños gatos que se esfuerzan por no meterse en problemas! A partir de entonces, ¡ninguno de estos traviesos gatitos volvió a ensuciar su ropa cuando prometió mantenerse limpio para las visitas!
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