Érase una vez, vivía un anciano en un pequeño pueblo de Japón. Era conocido como la persona más amable y generosa del pueblo.
Todas las mañanas, sacaba a su perro a pasear por el pueblo y se fijaba en lo bonito que era el paisaje. Un día, al pasar por delante de una arboleda que bordeaba un lado del pueblo, notó algo extraño. Los árboles habían dejado de florecer.
El anciano sabía que aquello no era normal, así que decidió investigar más a fondo hablando con algunos de sus vecinos que también vivían cerca. Después de hacerles varias preguntas sobre la causa de tal suceso, ninguno de ellos pudo dar ninguna respuesta, excepto un vecino que mencionó que tampoco había visto ningún pájaro u otra fauna cerca de esos árboles últimamente.
El anciano se dio cuenta entonces de que debía ser porque nadie se había ocupado de esos árboles últimamente, así que decidió hacer algo al respecto. A partir de entonces, todos los días, lloviera o hiciera sol, salía al bosque y cuidaba de los árboles abandonados hasta que empezaron a florecer de nuevo. Todos los habitantes del pueblo se asombraron de lo que había hecho este anciano de buen corazón y pronto se corrió la voz también en todos los pueblos vecinos.
Sin embargo, a pesar de la alegría y el aprecio de todos por su trabajo, había un individuo en particular que no soportaba ver cómo se elogiaba a otra persona: ¡Su celoso vecino el Sr. Tanaka! Se volvió cada vez más amargado después de oír historias sobre cómo la gente, en todas partes, alababa a este bondadoso anciano, mientras que sus propios esfuerzos pasaban desapercibidos para nadie más que para él… ¡Pero poco sabía el Sr. Tanaka que el karma siempre encuentra su camino de vuelta al final!
Con el tiempo, llegaron a oídos del Sr. Tanaka noticias sobre cómo, a pesar de todo su duro trabajo cuidando esos mismos árboles descuidados durante meses, no ocurría nada, mientras que, gracias a este afortunado anciano, todo florecía en tan sólo unas semanas – Esto le enfadó aún más que antes, pero en su interior seguía teniendo esperanzas, sabiendo que, al final, la justicia prevalecerá contra la suerte de cada vez…
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