Érase una vez, en las tierras de la antigua China, una anciana y su único hijo. Los dos estaban muy unidos y pasaban la mayor parte de sus días juntos.
Un día, el hijo salió a dar un paseo por el bosque cercano. Mientras caminaba entre los árboles, oyó de repente un fuerte rugido detrás de él: ¡era un gran tigre! Aterrorizado por su presencia, salió corriendo lo más rápido posible, pero desgraciadamente tropezó con unas ramas en el camino, lo que le hizo tropezar y caer al suelo. El tigre se abalanzó sobre él y lo mató al instante.
La anciana quedó desolada cuando se enteró de lo que le había ocurrido a su querido hijo. Lloró amargamente hasta que una noche se despertó con una idea: si podía encontrar a ese tigre que había acabado con la vida de su hijo, seguramente podría enmendarlo de alguna manera…
Así que a la mañana siguiente, temprano, se adentró en el bosque decidida a encontrar a la bestia que tanto le había arrebatado a su familia. Tras muchas horas de búsqueda a través de la densa maleza y los profundos barrancos, finalmente, justo antes del anochecer, vio algo entre unos arbustos: ¡era un gran tigre! Sin embargo, en lugar de atacar o huir como hacían todos los animales de la zona cuando se enfrentaban a los humanos, este tigre en particular se limitó a asentir lentamente con la cabeza, como si reconociera que entendía el motivo por el que ella estaba aquí hoy…
No ver ninguna hostilidad por parte de esta criatura hizo que su corazón se hinchara de esperanza, así que en lugar de arremeter contra él como todos los demás pensaban que debía hacer, le hizo una petición con valentía: «¿Puedes ayudarme a recuperar a mi familia? Si no puedo recuperar a mi hijo, ¿quizás puedas trabajar a mi lado de otra manera?». Para sorpresa de todos (incluida la suya), ¡el Tigre aceptó! Les siguió en silencio mientras volvían a casa, donde trabajaron juntos durante todas las horas del día
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