Érase una vez un reino idílico en el que todos vivían felices. En este reino, dos niños llamados hermano y hermana vivían con su madrastra, que se había casado con su padre tras la muerte de su madre. La madrastra era malvada y abusaba terriblemente de los dos haciéndoles hacer todo el trabajo duro en la casa mientras ella se sentaba en su silla, disfrutando de su comida y su bebida.
Un día, cuando los hermanos estaban trabajando en el campo cuidando de los animales, se encontraron con un ciervo mágico que pacía tranquilamente en un claro cercano. Nunca habían visto un animal así y se quedaron asombrados por su belleza. Cuando se acercaron para verlo mejor, se dieron cuenta de que podría ser su oportunidad de escapar de su malvada madrastra.
Los dos acordaron que si uno de ellos podía convertirse en un ciervo encantado, tendría más velocidad y agilidad que cualquier ser humano, lo que les permitiría llevar a cabo su plan de fuga. Así que, mientras el hermano se quedaba como vigía, la hermana se acercó valientemente a la majestuosa criatura y pronunció unas poderosas palabras de encantamiento que hicieron que se transformara ante sus ojos en un ciervo encantado.
Abrumada por lo que acababa de hacer, pero decidida a no perder más tiempo pensando en ello, la hermana se agarró con fuerza a la cornamenta del hermano para que no se le escapara durante esta atrevida escapada. Le susurró palabras de aliento al oído mientras corrían a través de un denso bosque hasta que finalmente llegaron a un lugar seguro, lejos de aquel horrible lugar.
Para que el Hermano se mantuviera a salvo indefinidamente sin volver a convertirse en su ser humano, la Hermana utilizó otro hechizo que le había dado una bondadosa hada madrina y que le concedió la vida eterna como un ciervo encantador para siempre, ¡sin importar lo lejos que llegara a lo largo de sus aventuras! Así terminó este increíble cuento en el que el amor venció al mal en un glorioso triunfo: un testamento de empatía
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