Érase una vez una niña llamada Sofía a la que le encantaban los gatos y todas las cosas mágicas. Le gustaba especialmente su gata Melocotón, que siempre parecía saber cuándo iba a ocurrir algo emocionante.
Un día, mientras jugaba en el jardín, Sophia se fijó en un inusual tronco de árbol con pequeñas ventanas en la base. Melocotón maulló con curiosidad y lo manoseó hasta que finalmente empezó a abrirse. Dentro había un mundo en miniatura, con casas de distintos colores, caminos sinuosos e incluso su propio mercadillo. Tras explorar más a fondo, descubrieron que este lugar tenía muchos habitantes: unas pequeñas criaturas llamadas «La gente pequeña».
Sofía apenas podía creer lo que veían sus ojos al verlos correr de un lado a otro preparándose para una especie de fiesta. En un abrir y cerrar de ojos habían colocado mesas cargadas de comida y bebida: ¡todo, desde pasteles hasta limonada! Aunque Sonia sabía que no debía estar allí sin haber sido invitada, no pudo resistirse a seguir a esas maravillosas criaturas dentro de su casa.
Melocotones la siguió de cerca mientras las dos exploraban cada habitación con asombro. Miraran donde miraran, había decoraciones hechas con plantas y flores; banderas de colores colgadas en cada rincón; la música llenaba el aire; las risas resonaban en las paredes… ¡Tenían la sensación de estar asistiendo a la fiesta más increíble jamás organizada!
Por fin llegó la hora del postre, que resultó ser un helado cubierto de fresas. Cuando todo el mundo se zampó sus golosinas, Melocotón salió corriendo y volvió minutos después con una fresa acunada suavemente en la boca para su querido amigo humano. Parecía que él también quería participar en esta celebración especial… y juntos, Sophia

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