Érase una vez, vivían un anciano y su esposa en un pequeño pueblo. El anciano era conocido como Gubbon Vidente, y tenía la capacidad de ver el futuro. Siempre intentaba predecir lo que ocurriría a continuación, pero a menudo se equivocaba.
Un día, las predicciones de Gubbon le llevaron a tener problemas cuando predijo que se avecinaba una tormenta. Todos los habitantes de la aldea se rieron de él por haberse equivocado en algo tan sencillo. Hasta que la tormenta se hizo realidad.
Gubbon sabía que necesitaba ayuda si quería seguir prediciendo correctamente a partir de entonces. Cuando su mujer se enteró, le ofreció su ayuda y le dijo que podría asegurarse de que todas sus predicciones fueran correctas a partir de ahora, aunque ella misma no pudiera ver el futuro.
A regañadientes, Gubbon aceptó y juntos empezaron a hacer sus propios planes para cada predicción antes de anunciarlos a todos los demás habitantes del pueblo. De este modo, cualquier error que cometiera Gubbon quedaría oculto tras sus inteligentes habilidades para elaborar planes, algo que pronto les hizo ganarse mucho respeto en su comunidad.
Con cada predicción que hacían, la confianza de Gubbon crecía más y más, al igual que la reputación de su mujer de ser increíblemente sabia e ingeniosa a la hora de resolver situaciones complicadas como ésta con facilidad. A partir de entonces, cada vez que alguien oía que necesitaba consejo o ayuda con algo, acudía directamente a la Sra. Vidente, que no le fallaba ni una sola vez, lo que demostraba lo valioso que era su pensamiento independiente.
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