Había una vez una niña llamada Daisy que vivía en un pequeño pueblo. Un día, mientras jugaba en el jardín, tropezó con una enorme araña. Daisy nunca había visto una araña tan grande y se asustó mucho. Corrió rápidamente a casa para contarle a su madre lo que había visto.
Su madre escuchó pacientemente la historia de Daisy y le dijo que, aunque las arañas pueden dar miedo, también son partes importantes de la naturaleza y no hay que dañarlas ni temerlas innecesariamente. Su madre le explicó que, aunque los animales tengan un aspecto diferente o se comporten de forma distinta a nosotros, los humanos, debemos respetarlos igualmente por sus características y cualidades únicas.
La madre de Daisy sacó de la biblioteca algunos libros sobre arañas para que Daisy pudiera aprender más sobre ellas y ver lo fascinantes que eran. Después de leer sobre ellas durante varios días, a Daisy le dieron mucho menos miedo las arañas, pues empezó a comprender por qué desempeñan un papel tan importante en nuestro entorno, como ayudar a controlar las poblaciones de insectos.
Un día, mientras volvía a pasear por el parque con su madre, Daisy vio otra tela de araña que brillaba con el rocío de la mañana. Esta vez, en lugar de asustarse como antes, Daisy se detuvo en seco por el asombro que le produjo su belleza. Cuando su madre le preguntó por qué no huía esta vez, dijo: «Ya no tengo miedo, ¡ahora sé que estos animales también quieren vivir su vida!
A partir de entonces, cada vez que pasaban por delante de cualquier tipo de animal (incluidas las arañas), ya fuera grande o pequeño, su madre se lo recordaba siempre: «Recuerda siempre, cariño, que la amabilidad con todas las criaturas es muy beneficiosa». Y así terminó su hermosa lección sobre la empatía hacia los animales, que se quedó con la joven Daisy para siempre.
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