Había una vez, en una tierra lejana, dos hermanos. El hermano mayor era sabio y siempre tenía en cuenta los consejos de los demás antes de tomar sus decisiones. El hermano menor, sin embargo, era impulsivo y a menudo hacía caso omiso de los buenos consejos, decidiendo en cambio seguir su propio camino, incluso cuando éste le llevaba por el mal camino.
Un día, el hermano menor se topó con un viejo árbol con un peculiar pájaro dorado posado en sus ramas. Fascinado por su belleza, decidió subir al árbol para atraparlo. Su insensatez no tardó en ponerse de manifiesto cuando se dio cuenta de que no tenía forma de volver a bajar.
El hermano mayor había visto lo que ocurría y vino corriendo a ayudar a su hermano a salir del apuro. Instó al más joven a que se lo pensara mejor la próxima vez y le sugirió que volvieran a casa juntos. Pero el joven testarudo se negó a escuchar e insistió en buscar otro camino para bajar, ¡sin la ayuda de su compañero más sabio!
Entonces, de repente, ¡apareció un amable zorro de la nada! Les enseñó a los dos cómo podían llegar al suelo de forma segura utilizando las lianas cercanas como escaleras improvisadas antes de escabullirse de nuevo en el bosque una vez terminada su tarea…
Los hermanos se dieron las gracias por ayudarse mutuamente a pesar de sus diferencias de opinión, comprendiendo que el pensamiento independiente puede ser útil a veces, pero también sabiendo cuándo es mejor no correr riesgos innecesarios. Luego volvieron juntos a casa, felices, con una valiosa lección aprendida sobre el cuidado mutuo en los momentos difíciles.
A partir de entonces, cada vez que alguno de los dos se enfrentaba a retos o dificultades en solitario, recordaban con cariño aquel fatídico encuentro con «el pájaro dorado», agradecidos por un regalo tan inesperado de la propia naturaleza; ¡la bondad de un amigo improbable que les ayudó a arreglar las cosas!
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