Había una vez una anciana conocida como Madre Ganso. Le encantaba contar historias y cantar rimas que hacían sonreír a todos los niños.
Un día, iba caminando cuando vio a unos pequeños gansos corriendo por un prado. ¡Eran tan adorables! Mientras corrían, graznaban alegremente y jugaban juntos en la hierba.
Mamá Ganso los observó durante un rato hasta que uno de ellos se detuvo delante de ella. La miró con sus grandes ojos y parpadeó dulcemente con sus largas pestañas.
«¡Hola!», dijo mamá ganso con cariño, «¿Qué puedo hacer por ti?». El gosling se limitó a sonreír sin decir nada, pero siguió mirando a Mamá Ganso expectante, como si quisiera algo de ella.
Así que Mamá Ganso pensó un momento antes de decidir qué hacer: «¡Ya sé! Os daré a todos unas rimas especiales», declaró orgullosa. Y con eso, empezó a cantar:
«Eh, diddle diddle, el gato y el violín; La vaca saltó sobre la luna; El perrito se rió al ver tal deporte; Y el plato se escapó con la cuchara».
Los polluelos sonreían mucho mientras escuchaban su nueva canción favorita una y otra vez, ¡hasta que por fin habían memorizado todas las palabras de memoria! A partir de entonces, cuando alguno de ellos se sintiera triste o solo, sólo tenía que tararear esta rima especial de Mamá Ganso y al instante se sentiría mejor.
Después de aquel día, Mamá Ganso siguió visitando a estos pajaritos con frecuencia, contándoles historias sobre valientes aventureros que vivían emocionantes aventuras o enseñándoles rimas infantiles sobre animales que hacían cosas divertidas, asegurándose siempre de que cada visita dejara a todos contentos y felices después.
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