Érase una vez, en una ciudad costera, una joven llamada Lungisa. Siempre sentía curiosidad por el mundo que la rodeaba y le encantaba explorar. Un día, decidió dar un paseo por la playa y, mientras miraba el mar, algo extraño le llamó la atención: ¡había un enorme agujero en el lateral del acantilado!
Lungisa no podía creer lo que veía y se preguntaba cómo había llegado allí. Al día siguiente, Lungisa preguntó a todos sus amigos si sabían algo sobre la procedencia de ese agujero gigante, pero ninguno de ellos había visto u oído hablar de algo así. Así que Lungisa decidió que, si nadie más podía responder a sus preguntas, tal vez hablar con alguien que viviera cerca podría ayudarla.
Un día, de camino a casa desde la escuela, Lungisa se detuvo en la casa de un viejo pescador que estaba justo al final de la calle donde vivía. Tras presentarse, Lungisa le preguntó por qué había un gran agujero en la pared cercana. A lo que él respondió con gran entusiasmo «¡Ah, sí! En realidad no es un «agujero» propiamente dicho… en realidad se conoce aquí como «el agujero de soplado». Lleva aquí muchos años».
El viejo pescador continuó explicando que cuando sube la marea alta se crea una presión debajo de esta parte concreta del acantilado que hace que el aire sea empujado hacia arriba a través de esta pequeña abertura, creando un fenómeno natural asombroso: ¡el agua sale disparada hacia el cielo como si fueran chorros! A todos los que viven cerca les encanta ver este espectáculo cada noche; especialmente durante las tormentas, cuando se pueden ver algunos poderosos chorros que alcanzan una altura de casi 15 metros.
Lungisa le agradeció su explicación y se marchó emocionada con un nuevo conocimiento en el fondo de su corazón. A partir de entonces, cada vez que pasaba por aquel lugar de la playa, algo se agitaba en su interior recordando cómo la conversación puede despertar la creatividad y la imaginación, ¡haciendo que el aprendizaje sea mucho más emocionante que lo que podría proporcionar cualquier libro!
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