Había una vez dos hermanas a las que les gustaba explorar el mundo que las rodeaba. Un día, fueron a dar un paseo por el bosque cercano a su casa y encontraron algo muy extraño: un viejo árbol con un grueso tronco y ramas nudosas.
Las hermanas miraron más de cerca y vieron que estaba lleno de frutos de colores. Cada una cogió una, pero cuando las levantaron para verlas mejor, se dieron cuenta de que lo que al principio parecían frutos eran en realidad ¡piedras de colores brillantes!
Sorprendidas por este inesperado descubrimiento, las hermanas volvieron a mirar el árbol con más atención. Esta vez, en lugar de ver frutas o piedras en sus ramas, vieron pequeños animales que asomaban entre sus hojas. Las criaturas no estaban asustadas por la presencia de los humanos, sino que parecían entusiasmadas por conocer a nuevos amigos.
Las niñas corrieron para ver mejor y pronto descubrieron que esos bichitos no eran animales corrientes, sino hadas traviesas que jugaban al escondite en ese lugar mágico. Las niñas rieron encantadas mientras estos diminutos duendecillos revoloteaban en círculos antes de salir volando hacia el cielo nocturno.
A partir de entonces, todas las noches, después de la cena, las dos hermanas salían a pasear por su bosque encantado, en el que se podían ver todo tipo de cosas sorprendentes, ¡si tan sólo te detenías lo suficiente para volver a mirar!
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