Había una vez un niño llamado Hans que vivía con su hermano mayor. Su hermano era bastante estricto y a menudo le hacía trabajar muchas horas en el campo. Un día, mientras cuidaban de sus cultivos, Hans se topó con un nabo inusualmente grande. Al ver lo feliz que le hacía, decidió llevárselo a casa como regalo para su hermano.
Cuando volvieron a casa, su hermano se puso furioso porque Hans había dejado de trabajar en la granja, pero cuando vio el nabo gigante no pudo evitar sonreír. Para recompensar a Hans por haber encontrado una hortaliza tan preciada, su hermano le dijo que quien pudiera arrancarla de la tierra sería el dueño de la misma. Naturalmente, nadie pudo sacar ese enorme nabo, ¡ni siquiera dos hermanos juntos!
Sin embargo, Hans tuvo una idea: sugirió llevarlo al palacio del rey y ofrecerlo como regalo a cambio de algunas monedas de oro o incluso de tierras. Su hermano mayor estuvo de acuerdo y partieron con su enorme nabo a cuestas.
Cuando llegaron a la corte real, todos se quedaron boquiabiertos ante su tamaño, ¡incluido el propio Rey! El Rey pensó que esta verdura única merecía algo especial y les ofreció la mitad de todo su reino si conseguían llevarla al jardín de su castillo antes de que cayera la noche. A pesar de que sólo tenían hasta la puesta de sol para completar su misión, ambos chicos trabajaron juntos con diligencia hasta que finalmente, tras varias horas de duro trabajo, ¡lo consiguieron!
El Rey aceptó encantado su increíble regalo y les recompensó generosamente, ¡dando a cada uno de ellos una riqueza mucho mayor de la que esperaban! Hans no sólo se salvó de la ira de su hermano gracias a su pensamiento independiente, sino que también se hizo rico sin medida por ser lo suficientemente valiente como para ofrecer un regalo tan inusual a la realeza, demostrando que el peligro de los extraños a veces puede llevarte al éxito si utilizas tu ingenio con sabiduría.
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