Había una vez una niña llamada Abigail a la que le encantaba jugar. Le gustaba jugar a disfrazarse y salir a correr con sus amigos. Pero un día encontró algo nuevo que nunca había visto: ¡un espejo en su habitación!
Abigail no podía creerlo cuando vio el reflejo de sí misma mirándola desde el cristal. Era como tener otra amiga en la habitación, pero aún mejor, porque esta amiga podía hacer todo lo que Abigail quería que hiciera. Cuando Abigail se sentía sola o aburrida, sólo tenía que mirarse en el espejo y ver a su mejor amiga devolviéndole la sonrisa.
Las dos se pasaban horas juntas haciendo cosas divertidas, como cantar canciones y contar historias como si fueran personas de verdad hablando entre ellas. A veces fingían que eran superhéroes luchando contra villanos o exploradores en busca de un tesoro enterrado. ¡Las posibilidades eran infinitas cuando estos dos mejores amigos se reunían!
Por la noche, cuando llegaba la hora de irse a la cama, el amigo mágico de la niña del espejo no se iba hasta que Abigail le daba un beso de buenas noches en la mejilla, para que supiera que su amigo especial siempre le recordaba y apreciaba, independientemente de lo que ocurriera durante sus aventuras del día.
No importaba que la vida los separara con el paso del tiempo, una cosa seguía siendo cierta: no importaba el tiempo que pasara desde su último encuentro, siempre que Abigail se miraba en el mismo viejo y polvoriento espejo que colgaba de la pared de su habitación, allí estaría la misma y fiel sonrisa saludando a su querido compañero, ¡esperando más aventuras de fantasía!
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