Érase una vez, en el pequeño pueblo de Springwood, un niño llamado Edmund. Era un alma aventurera y le encantaba explorar los bosques y cuevas cercanos.
Un día, mientras exploraba, se encontró con algo extraño: ¡un huevo gigante! Edmund se lo llevó a casa porque nunca había visto nada parecido.
A la mañana siguiente, cuando Edmund se despertó, descubrió que el huevo había eclosionado en algo aún más extraño: ¡una cucaracha! La criatura parecía bastante inofensiva, pero poco después de su llegada empezaron a producirse todo tipo de problemas en el pueblo: las cosechas se marchitaban, el ganado desaparecía y la gente enfermaba con enfermedades misteriosas.
Edmund sabía que había que hacer algo con esta extraña bestia, así que decidió emprender una aventura para averiguar su procedencia. Después de mucho buscar, Edmund acabó descubriendo que en las profundidades de la cueva más oscura cercana a su pueblo vivía un dragón que era el responsable de enviar a la cucaracha para causar estragos en Springwood.
Al darse cuenta de lo que había que hacer, Edmund se armó de valor y emprendió una búsqueda épica a través de un terreno traicionero lleno de criaturas mágicas y monstruos, hasta llegar por fin a la guarida del dragón. Al entrar, declaró con valentía que si lograban derrotar a esa criatura, ¡salvarían a su querida aldea de la destrucción! Con un pensamiento rápido y una solución creativa de los problemas, ayudado por algunos hechizos mágicos útiles en el camino, Edmund consiguió derrotar al dragón de una vez por todas, utilizando nada más que la verdad como arma.
En agradecimiento por haberles salvado del desastre, todos los habitantes de Springwood organizaron una gran fiesta para nuestro héroe -Edmund- y le agradecieron profusamente que fuera un chico tan bueno y que se esforzara tanto por protegerlos a todos del peligro.
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