Había una vez un conejito muy travieso llamado Benjamín Bunny. A menudo se le encontraba metido en líos y con ideas traviesas. Un día, decidió dar un paseo por el jardín del Sr. McGregor, a pesar de las advertencias de sus padres de que no lo hiciera.
Mientras exploraba el jardín, Benjamín se topó con algunas de sus propias ropas que se había dejado por error durante la visita de la semana anterior. Desgraciadamente, estaban atascadas en la copa de un manzano. Para bajarlas, necesitaba ayuda, pero no había nadie más, salvo su primo Pedro Conejo, que le había acompañado en esta excursión.
Benjamín ideó un plan y sugirió que volvieran a hurtadillas al jardín al anochecer para robar de nuevo su ropa, pero Peter dudaba, pues temía que le pillara el Sr. McGregor o, peor aún, que le convirtieran en un guiso de conejo. A pesar de estos temores, Benjamin le convenció hasta que finalmente Peter aceptó, aunque a regañadientes.
Aquella noche, al amparo de la oscuridad, los dos conejos se arrastraron cautelosamente hacia la casa del Sr. McGregor, donde Benjamín recuperó rápidamente su ropa de la copa del manzano, mientras Pedro vigilaba. Tras recuperar todas sus pertenencias sin incidentes, los dos conejitos suspiraron de alivio mientras se alejaban del peligro con el rabo entre las piernas.
A partir de ese momento, ambos conejos aprendieron una importante lección sobre cómo hacer caso a los consejos de los padres y no meterse en líos, aunque les hizo falta algo de creatividad (y conversación) para encontrar una solución que beneficiara a todos, especialmente a ellos. Y así termina nuestro cuento de hoy: ¡El cuento de Benjamín Bunny!
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