Érase una vez, en las profundas selvas de la India, un caimán. El caimán siempre estaba buscando su próxima comida y un día se topó con un chacal. Miró al chacal con hambre y decidió que sería un bocado perfecto.
El caimán nadó rápidamente hacia el desprevenido chacal, que se fijó en él justo a tiempo. Sabiendo que no tenía ninguna posibilidad contra una criatura tan grande si luchaban cara a cara, el chacal decidió pensar en otra forma de salir de esta situación.
Abrió la boca de par en par y le dijo al caimán «¡Oh, gran caimán! He oído historias de que eres muy sabio, así que antes de que me comas, ¿puedes responder a mi acertijo? Si eres capaz de hacerlo, me convertiré felizmente en tu comida».
El curioso caimán aceptó y preguntó cuál era su acertijo. El astuto chacal respondió «¿Qué es más grande que Dios pero más malo que el Diablo?».
El desconcertado caimán pensó mucho, pero no pudo dar una respuesta, pues nunca le habían enseñado esta adivinanza. Frustrado por no tener nada para comer, refunfuñó al Chacal preguntándole qué le pasaba para que hiciera preguntas tan difíciles cuando, en cambio, ¡podrían estar comiendo ahora!
Pero aún así, decidido a obtener una respuesta de él, el Caimán persistió. Finalmente, al ver la seriedad con la que quería obtener respuestas, el chacal sonrió astutamente y contestó: «No hay nada más grande que Dios, pero sí más malo que el diablo, lo que significa que nada es imposible».
Los ojos de los caimanes se abrieron de par en par al comprender por fin lo que el chacal quería decir con su pregunta capciosa: ¡nada es imposible! Y con esta comprensión llegó también el entendimiento de que, aunque las cosas puedan parecer difíciles o imposibles a veces, con determinación podemos lograr cualquier objetivo que nos propongamos. Agradecido por esta lección, dio las gracias a Chacal por haberle enseñado algo nuevo hoy y se marchó tranquilamente a su casa sin volver a intentar atrapar al pobre Chacal.
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