Érase una vez, en un reino lejano, un joven príncipe llamado Darling. Era el único hijo del rey y la reina Radu y había crecido rodeado de amor. A pesar de todos los privilegios que se le otorgaban, el príncipe Darling nunca se había sentido realmente unido a los demás ni había sido capaz de comprender cómo se sentían.
Un día, mientras paseaba por los jardines del castillo de su padre, tropezó con un viejo anillo tirado en el suelo. Sin saber a quién pertenecía, pero sintiéndose atraído por él, lo cogió y se lo puso en el dedo sin pensárselo dos veces. En ese momento oyó una voz detrás de él que decía: «¡Ah! ¡Has encontrado mi anillo! ¡Gracias por habérmelo encontrado! Me siento muy aliviado».
El Príncipe Darling se giró sorprendido y vio ante él a una anciana de brillantes ojos azules que le guiñaba el ojo alegremente. Se presentó como el Hada Flora; dijo que había estado buscando su anillo perdido por todas partes hasta que finalmente escuchó su llamada desde el interior de los muros del castillo cuando el Príncipe Darling se lo puso en el dedo.
El hada Flora le explicó que no se trataba de un anillo cualquiera, sino que éste tenía grandes poderes mágicos que ayudarían a enseñar a quien lo llevara empatía, es decir, a comprender los sentimientos de otra persona para ayudarla o simplemente mostrarle amabilidad, algo que el príncipe Darling necesitaba desesperadamente en ese momento. El hada regaló entonces al príncipe sus anillos mágicos de sabiduría, que podrían ayudar a desbloquear estas poderosas emociones en su interior si se utilizaban correcta y responsablemente en todo momento.
A partir de ese día, cada vez que el príncipe Darling se pusiera los anillos mágicos, se llenaría de una alegría increíble, además de comprender cómo se sentían los demás a su alrededor, ¡ya fueran amigos cercanos o desconocidos! Con este nuevo poder que le otorgó el Hada Flora, nuestro valiente héroe se adentró en muchas más aventuras en las que aprendió aún más lecciones sobre la compasión
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