Había una vez un ratoncito llamado Mousey. La familia de Mousey siempre le había dicho que se mantuviera alejada de los ratones blancos, pues se creía que daban mala suerte.
Un día, mientras exploraba en el bosque, Mousey se encontró con una vieja casa abandonada con un pequeño agujero en la pared lo suficientemente grande como para que ella cupiera. Decidió investigar y ver qué podía encontrar dentro.
Después de buscar un poco, Ratoncito se topó con dos ratones blancos que jugaban juntos en una habitación de la casa. Se asustó de inmediato y trató de huir, pero antes de que pudiera escapar, algo más llamó su atención: ¡el sonido de los ladridos de los perros que venían de fuera!
Mousey se escabulló rápidamente por la pared más cercana hasta llegar a una abertura que llevaba al exterior. En cuanto salió de nuevo al aire libre, pudo ver por qué todos esos ladridos habían sido tan fuertes: ¡había una jauría de perros de aspecto feroz persiguiéndola!
Los ratones blancos también corrieron y se quedaron cerca de Mousey mientras corrían juntos hacia la seguridad. Una vez que se alejaron lo suficiente del peligro, Ratoncito los miró con gratitud: sin su ayuda, ¿quién sabe lo que podría haber pasado? A partir de entonces, cada vez que alguien le advertía de que los ratones blancos daban mala suerte o eran criaturas peligrosas, ella sonreía y movía la cabeza con conocimiento de causa… ¡porque a veces nunca sabes quién puede ser tu amigo hasta que te enfrentas a la adversidad!
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