Había una vez dos mejores amigos: uno era una joven llamada Mei y el otro un anciano llamado Ah Wong. Ambos vivían en una pequeña aldea cerca del mar en China.
Mei y Ah Wong estaban siempre juntos, ayudándose mutuamente siempre que podían. Ambos eran personas muy amables que se mostraban una verdadera amistad con su bondad y generosidad.
Un día, mientras jugaba en la orilla de la playa de su pueblo, Mei encontró algo brillante enterrado bajo la arena: ¡era una pepita de oro! Rápidamente se la mostró a su amigo Ah Wong y le preguntó qué debía hacer con ella. Él le dijo que había oído historias de su abuelo sobre lo mágicos que podían ser estos objetos; si le dabas a alguien algo hecho de oro, ¡sus deseos se harían realidad!
Así que, sin dudarlo, Mei decidió regalar su nuevo tesoro como un acto de bondad hacia otros necesitados. Primero llevó comida a una anciana que vivía sola en las cercanías, y luego utilizó parte del dinero obtenido por la venta de partes de la pepita de oro para comprar medicinas para los enfermos de su pueblo, todo ello sin pensar en sí misma ni en obtener beneficio alguno, sino simplemente porque quería mostrar bondad y amor hacia los demás.
Ah Wong también siguió su ejemplo, regalando sus propias posesiones y animando a otros miembros de su comunidad a realizar también buenas acciones; muy pronto, todos los habitantes de su pueblo empezaron a seguir este ejemplo de actos desinteresados de caridad, que finalmente creó un efecto dominó en muchos pueblos vecinos.
Todo el mundo les elogió por ser tan generosos con su regalo de pepitas de oro; no sólo recibieron muchos cumplidos, sino que, lo que es más importante, se sintieron realmente felices por dentro, sabiendo que habían sido capaces de llevar la felicidad a las vidas de los demás, mostrando una verdadera amistad a través de gestos amables. Por eso no debemos olvidar nunca que, a veces, incluso los pequeños actos pueden marcar grandes diferencias cuando se hacen con auténtico amor y cuidado por nuestros semejantes.
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