Érase una vez, en un reino muy lejano, una hermosa princesa llamada Princesa Rosetta. La princesa era querida por todos y tenía muchos amigos, pero su amigo favorito de todos era su fiel perro mascota.
Un día, mientras paseaba por los jardines del castillo con su fiel compañero, la princesa Rosetta fue abordada por una bruja malvada que se presentó como una anciana que necesitaba ayuda. Le pidió a la joven princesa que viniera a quedarse con ella durante unos días para poder enseñarle a Rosetta algunos hechizos mágicos. A cambio de esta amabilidad, la bruja prometió mostrar a Rosetta cómo hacer oro de la paja utilizando estos poderes mágicos.
Poco sabía la crédula princesa que esta oferta aparentemente amable no era más que un truco preparado por la malvada bruja. Sin ser consciente de ningún peligro, la princesa Roseta aceptó y se marchó con la anciana sin decir a nadie a dónde iba ni qué iba a hacer allí.
Sin embargo, en cuanto estuvieron fuera de la vista de todos los demás habitantes del reino, quedó claro lo que realmente le esperaba a la pobre princesa Roseta: ¡el exilio! La astuta bruja la había engañado para que se marchara y ahora pretendía mantenerla oculta hasta que le conviniera.
Afortunadamente, aunque nadie sabía adónde se había ido la joven real, gracias a su agudo olfato, el leal compañero canino de Rose los localizó con la suficiente rapidez y consiguió rescatar a su ama antes de que pudiera sufrir ningún daño. Con su oportuna intervención, la princesa Rose volvió a su casa sana y salva, ¡gracias a su valiente mejor amigo de cuatro patas!
A partir de entonces, las dos chicas
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