Érase una vez una hermosa princesa llamada Briar Rose. Era hija de un hada malvada que la había maldecido antes de nacer. La maldición decía que cuando cumpliera dieciséis años, Briar Rose se pincharía el dedo con un huso y caería en un sueño de cien años.
El Rey y la Reina quedaron desolados por la noticia, pero decidieron hacer todo lo posible para proteger a su querida hija de la temida maldición. Ordenaron que se destruyeran todas las ruecas del reino, con la esperanza de que así se evitara que la profecía se hiciera realidad.
Durante muchos años, parecía que habían conseguido mantener a salvo a Briar Rose, hasta que un fatídico día llegó su decimosexto cumpleaños. Aquella mañana, mientras paseaba con algunos de sus ayudantes por un viejo castillo abandonado, tropezaron con una anciana que hilaba en una rueca, algo que debería haber desaparecido hace tiempo. A pesar de las advertencias de quienes la rodeaban para que no la tocara, la curiosidad pudo con Briar Rose y se pinchó el dedo en la aguja del huso, ¡tal y como se había predicho tantos años atrás! Inmediatamente después de hacerlo, se desplomó en el suelo en lo que parecía ser un sueño profundo…
Unos instantes después, las hadas aparecieron de la nada y se reunieron en torno a donde Briar Rose dormía plácidamente, ¡al menos por ahora! Un hada se adelantó y declaró que, puesto que no se podía encontrar ningún otro remedio, sólo el beso del amor verdadero podría romper el hechizo que mantenía cautiva a su amada princesa bajo sus garras. Entonces, sin decir nada más, desaparecieron dejando tras de sí nada más que motas de polvo brillantes bajo la luz de la luna…
Durante cien años, todo el mundo esperó a que alguien lo suficientemente valiente intentara salvar a la pobre Rosa de Briar de este cruel destino, hasta que una noche el Príncipe Encantador se encontró por casualidad con estos terrenos mientras montaba su caballo por los bosques cercanos en busca de aventuras. Tras conocer esta trágica historia, juró entonces
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