Érase una vez una anciana. Se llamaba Dadima y tenía la nariz más hermosa y grande de todas las narices. Podía oler cosas a kilómetros de distancia y su sentido del olfato era tan poderoso que casi parecía mágico.
Todas las mañanas, Dadima se levantaba temprano para salir al campo con Zahra, su nieta. Mientras caminaban por los prados, Zahra se maravillaba de la cantidad de olores diferentes que podía distinguir Dadima: flores, hierbas, frutas e incluso animales.
Un día, mientras caminaban en busca de nuevos aromas que explorar, Zahra le preguntó si ella también podía aprender esta habilidad. Con un brillo en los ojos y una sonrisa cómplice en los labios, Dadima accedió a enseñarle a Zahra todo lo relacionado con el olfato.
Dadima enseñó a Zahra a concentrarse en cada aroma de uno en uno, en lugar de intentar identificarlos todos juntos; de este modo, a su joven mente le resultaba más fácil comprender qué era exactamente lo que hacía único a cada aroma. Lo exploraron todo, desde el césped fresco después de las tormentas de lluvia hasta las lilas dulcemente perfumadas en plena floración; ¡a cada lugar que iban traía algo nuevo para que ambas lo descubrieran!
Al final de su viaje juntas, Zahra se había convertido en una experta en la identificación de diferentes olores, al igual que la abuela Dadima, ¡pero ninguno era tan especial o hermoso como los que salían de la increíble nariz de la abuela!
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