Había una vez un niño llamado Veeru al que le encantaba ver el circo. Soñaba con escaparse y unirse a ellos algún día.
Una soleada mañana de sábado, los padres de Veeru le llevaron al circo. En cuanto entró en la carpa, sus ojos se abrieron de par en par al ver todo lo que había dentro. Había payasos que hacían malabares con bolas de colores en círculos gigantes, acróbatas que volaban por el aire como pájaros, animales que hacían trucos increíbles… ¡era mágico!
Veeru se sintió tan inspirado por lo que vio que, al llegar a casa después del circo, decidió hacer su propio espectáculo. Recogió unas mantas viejas para hacer un telón y utilizó sillas y cajas para sentarse. Su madre le ayudó a poner música en su teléfono, mientras su padre encendía velas en el salón para crear una atmósfera.
Por fin llegó la hora del espectáculo de Veeru. Hizo una actuación increíble, con malabares con alfileres y pañuelos, así como actos de equilibrio con libros en la cabeza. Todo el mundo le aclamó al final de cada acto. Al ver lo bien que se lo pasaban viéndole actuar, Veeru estaba aún más decidido a seguir aprendiendo nuevas habilidades circenses cada día para poder unirse algún día a una compañía de circo de verdad, como sus héroes de antes.
La moraleja de esta historia es que la creatividad puede llevarnos a cualquier lugar al que soñemos ir, ¡aunque sea primero en nuestras propias casas o mentes!
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