Érase una vez, en un pequeño pueblo de las afueras de Francia, una joven llamada Belleza. Todos los que la conocían la querían por su belleza, su amabilidad y sus buenos modales. Su vida era tranquila y sencilla hasta que un día escuchó una noticia que la cambiaría para siempre.
Al parecer, el Rey había dado una orden: todo aquel que quisiera entrar en su reino debía llevarle una rosa de su jardín como prueba de su lealtad. Cuando se corrió la voz por todo el pueblo, todo el mundo salió en busca de esta flor mágica, incluido el propio padre de Bella.
La Bella observó con ansiedad cómo su padre se aventuró en la oscuridad hacia las puertas del palacio con nada más que esperanza y determinación para guiarle. Desgraciadamente, poco después de que se marchara, tres hombres aparecieron en la puerta de la Bella pidiendo refugio de la tormenta nocturna. Ella no sabía que esos hombres eran en realidad sirvientes enviados por una bestia malvada para capturar a quien robara en su jardín.
Sin más remedio que acceder a sus exigencias o arriesgarse a perder a su amado padre para siempre, la Bella aceptó que se la llevaran y se presentó ante la Bestia a cambio de la libertad de su padre, un acto tan valiente que hasta la propia Bestia no pudo evitar admirar tal valor y honestidad.
Habiendo visto la bondad de corazón de la Bella, a pesar de tener pocos medios para defenderse del temperamento iracundo de la Bestia, ésta le ofreció la oportunidad de quedarse dentro de los muros de su castillo si le prometía no volver a robar nada mientras estuviera bajo su techo, a lo que ella accedió felizmente y sin dudar, mientras la gratitud rebosaba en cada rincón de su ser. A partir de entonces, ambos aprendieron valiosas lecciones sobre el amor familiar, los buenos modales y, sobre todo, cómo la codicia puede ser perjudicial para alcanzar la verdadera felicidad en la vida…
Deja una respuesta