Érase una vez una niña llamada Luna. Era muy curiosa y le encantaba explorar el mundo que la rodeaba. Un día, mientras estaba en el prado, tropezó con una vieja botella. Parecía haber sido abandonada por alguien hace mucho tiempo, y cuando Luna la cogió, se dio cuenta de que algo en su interior brillaba intensamente.
Luna descorchó la botella con cuidado para mirarla más de cerca, pero en cuanto lo hizo, ¡cientos de estrellas diminutas se derramaron en el cielo nocturno! Se quedó boquiabierta: ¡debía ser una botella llena de luz estelar! Pero de repente se dio cuenta de lo que había ocurrido: ¡había roto accidentalmente la botella y había liberado todas sus estrellas!
Al principio, Luna se sintió mal por haber roto un descubrimiento tan asombroso: ¿y si nadie más pudiera experimentar este hermoso espectáculo? Pero luego, al mirar las estrellas parpadeantes sobre su cabeza, se sintió mejor; ahora formaban parte de algo más grande que la experiencia de una sola persona. Y aunque las cosas no salieran como Luna esperaba, seguía habiendo belleza en lo ocurrido.
A la mañana siguiente, cuando todos se despertaron, vieron que miles de estrellas más llenaban su cielo nocturno, ¡gracias al error de Luna! Todos lo celebraron juntos bajo su nuevo cielo lleno de estrellas y hablaron de cómo los errores pueden llevarnos a veces a lugares inesperados llenos de alegría y asombro. Después, todos dieron grandes abrazos a la pequeña Luna, agradecida, que les mostró cómo el optimismo se encuentra a menudo en medio de nuestros errores en la vida.
A partir de ese día, cada vez que la gente veía esas estrellas brillantes tan especiales por la noche, pensaba con cariño en aquella fatídica noche en la que la dulce Luna las liberó de su botella mágica… ¡y sonreía sabiendo que a veces los errores también pueden tener un final feliz!
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