Había una vez un niño aventurero llamado Aladino. Vivía en un pequeño pueblo con su madre y su padre.
Un día, Aladino decidió explorar el bosque cercano. Mientras caminaba por el bosque, tropezó con una misteriosa cueva. Con la curiosidad de ver lo que había dentro, se adentró en la oscuridad de la cueva.
Aladino no sabía que esta cueva guardaba un secreto asombroso. Su interior estaba lleno de tesoros: ¡monedas de oro, joyas y todo tipo de objetos mágicos! Parecía un sueño hecho realidad para el joven Aladino.
Lo siguiente que supo fue que un anciano apareció de la nada y le dijo que si frotaba tres veces una lámpara especial, ¡aparecería un Genio que podría concederle tres deseos! Frotando la lámpara tan fuerte como pudo, ¡seguro que salió un Genio de su interior!
El Genio se ofreció a hacer realidad cualquier deseo de Aladino, ¡cualquiera! Después de pensarlo un poco, Aladino deseó riqueza para que a su familia no le faltara nunca más nada. El Genio le concedió su deseo en un instante y, de repente, su casa se llenó de tesoros de todo el mundo.
El segundo deseo de Aladino fue aún más increíble: pidió poder para que todos los habitantes de la ciudad le respetaran y escucharan las órdenes que les diera. Una vez más, el Genio le obedeció: ¡pronto todo el mundo se inclinaba ante los pies del pequeño Aladino cuando lo veían bajar por su camino!
Sin embargo, para su tercer deseo, Aladino utilizó sabiamente su última pizca de suerte y sólo pidió sabiduría para ayudar mejor a la gente de su entorno. Con esta última petición cumplida, el genio desapareció de nuevo en su pequeña lámpara, dejando a Aladino más sabio que nunca.
Finalmente, contento con lo ocurrido, pero también muy cansado, Aladino decidió volver a casa. De vuelta a la ciudad, todos se alegraron del regreso de Aladino y lo elogiaron mucho… Y aunque Aladino había adquirido poderes mágicos inimaginables, se sentía más cómodo cuando estaba rodeado de amigos.
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