Había una vez dos niños llamados Jack y Jill. Eran los mejores amigos y cada día exploraban juntos su pueblo nevado.
A Jack le encantaba construir muñecos de nieve con su amiga Jill, pero un día tuvo una idea aún mejor: ¿por qué no crear un dibujo en la nieve? ¡Y eso fue lo que hicieron!
La pareja trabajó duro durante horas creando su obra maestra, utilizando piedras y ramitas para hacer formas de animales, árboles y casas en el manto blanco de la nieve. Cuando empezó a oscurecer, se quedaron atrás admirando con orgullo su obra.
Pero cuando llegó la mañana, ocurrió algo increíble: ¡todo a su alrededor era color! Rojos y azules brillantes iluminaban el cielo como si lo hubiera pintado el pincel de un artista. ¿Cómo podía ser esto?
Jack pensó que lo sabía… Recordaba haber oído historias sobre cómo pueden ocurrir cosas mágicas durante el invierno cuando crees en tus sueños… ¡Y parecía que su sueño se había hecho realidad! La imagen de la nieve que había creado con Jill había dado vida a su adormecida aldea, después de todo.
Desde entonces, Jack nunca dejó de creer en la magia; cada noche, antes de acostarse, miraba el cielo nocturno estrellado esperando más sorpresas de la Madre Naturaleza. Desde estrellas que brillan o tal vez flores que florecen bajo mantos de hielo: ya nada parecía demasiado imposible.
Un frío día de invierno, muchos años después, Jack llevó a su propio hijo a ver el mismo lugar en el que él y Jill jugaron hace tantos años, sólo que ahora había un árbol gigante hecho completamente de hielo que se alzaba en el lugar donde antes sólo había un lienzo en blanco de nieve… Le recordaba mucho a aquel día especial de hace mucho tiempo; un recordatorio de que nunca hay que dejar de soñar por muy viejo que te hagas o por muy lejanas que parezcan las aventuras de tu infancia…
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