Había una vez un marido pájaro y su mujer en el bosque. Eran muy felices juntos hasta que un día una bruja malvada rompió su felicidad. La bruja había maldecido al marido pájaro con la mala suerte de que nunca más podría volar.
El pobre marido pájaro estaba desolado e intentó desesperadamente encontrar alguna forma de romper la maldición. Buscó por todas partes, pero no encontró nada que pudiera ayudarle a recuperar sus alas, hasta que un día, mientras caminaba por el bosque, tropezó con tres misteriosas plumas tiradas en el suelo.
Sin saber qué otra cosa hacer, recogió cuidadosamente cada pluma y se las metió en el bolsillo antes de correr a casa para contarle a su mujer este extraño descubrimiento. Su mujer escuchó con gran interés el relato de su marido sobre lo que había sucedido en el bosque ese mismo día; entonces sugirió que llevaran esas plumas mágicas a su nido, donde podrían decidir la mejor manera de utilizarlas.
De vuelta a su nido, tras muchas discusiones entre ellos, se decidió que cada uno de ellos se llevara una de las plumas para protegerse de cualquier maldición o desgracia futura que volviera a cruzar sus caminos. Con este plan en mente, ambos pájaros se aferraron con fuerza a una pluma cada uno antes de emprender una aventura en la ciudad en busca de algo especial que pudiera traerles buena suerte a los tres.
Pronto descubrieron una maravillosa tienda llena de artículos mágicos llamada «Las tres plumas», donde compraron tres baratijas diseñadas específicamente para protegerse de cosas como la mala suerte o la desgracia: ¡regalos perfectos, sin duda! En cuanto volvieron a casa con estas baratijas bien guardadas en sus bolsillos, ambos pájaros se dieron cuenta de que estos regalos no sólo eran divertidos recordatorios de lo responsables que habían sido a lo largo de este viaje, sino también un recordatorio de lo importante que es permanecer siempre vigilantes y preparados para protegerse de peligros aún mayores.
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