Érase una vez una vieja madre llamada Mamá Ganso y su hijo Jack. Jack era un niño muy curioso al que le encantaba explorar y descubrir cosas nuevas en el mundo que le rodeaba.
Un día, Jack decidió que quería ir de aventura y le preguntó a su madre si podía llevarle a pasar el día. Su madre aceptó y salieron juntos hacia el bosque cercano a su casa.
Mientras caminaban, Jack notó algo extraño: ¡parecía que todos los animales hablaban! Se detuvo sorprendido al oír a las gallinas discutir qué tipo de huevos debían desayunar, a los conejos decidir qué verduras serían las mejores para la cena e incluso a las ranas croar sobre lo divertido que es nadar.
Jack no podía creer lo que oía: ¡los animales hablaban! ¡Nunca había visto nada parecido! Mientras se quedaba quieto por el asombro, Mamá Ganso le sonrió con complicidad antes de guiarles más hacia el bosque.
Tras caminar un rato más, llegaron a una misteriosa cabaña enclavada entre los árboles. Parecía que nadie había estado aquí desde hacía años, pero cuando Mamá Ganso abrió la puerta, estaba llena de objetos insólitos, desde calderos que burbujeaban sobre el fuego hasta estantes con frascos brillantes llenos de ingredientes desconocidos. ¡Parecía que definitivamente alguien vivía aquí!
De repente, apareció de la nada una anciana con ropas de colores y una larga cabellera blanca que le llegaba hasta los hombros: ¡era la propia Vieja Madre Ganso! Les dio una cálida bienvenida al interior y les ofreció un té hecho con las hierbas que había recogido esa misma mañana: ¡sabía delicioso!
Jack no tardó en contarle a la Vieja Madre Ganso todas sus aventuras hasta el momento, mientras señalaba con entusiasmo varios objetos repartidos por su acogedora morada; ella escuchaba atentamente y le respondía dándole sabios consejos o divertidas historias sobre otros lugares que había visitado a lo largo de su vida. Juntos pasaron horas explorando todos los rincones de la casa de la Vieja Madre Gansa, hasta que finalmente cayó la noche y la mamá de Jack dijo que era hora de volver a casa, no sin antes entregar a cada uno de ellos unos regalos mágicos que brillaban bajo la luz de la luna: uno para Jack y otro especialmente para su mamá también (¡pero no te diremos cuáles son!).
Y así, tras despedirse una vez más de la Vieja Madre Oca
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