Érase una vez, en una pequeña aldea cerca del mar, una niña hermosa y de buen corazón llamada Pulgarcita. Era tan pequeña que no era más grande que el pulgar de una persona. Siempre había soñado con vivir sus propias aventuras y un día decidió dar el paso y seguir sus sueños.
La primera aventura de Pulgarcita fue encontrar comida para ella. En cuanto se adentró en el prado cercano a su casa, se encontró con todo tipo de insectos: abejas zumbando alrededor de las flores, mariposas revoloteando en el aire y orugas correteando por las hojas. Con la ayuda de estas simpáticas criaturas, Pulgarcita consiguió reunir suficiente comida para pasar la noche.
Esa noche, mientras estaba tumbada bajo unas hojas de trébol, ocurrió algo extraño: ¡una vieja rana apareció de repente de la nada! Le dijo a Pulgarcita que conocía una tierra mágica muy lejana en la que sólo podían vivir personas como ellos, ¡personas más pequeñas que los humanos de tamaño medio! Intrigados por esta perspectiva, pero también asustados por lo que pudiera ocurrir si resultaba falsa o por el peligroso viaje que les esperaba a ambos, ¡partieron juntos hacia este misterioso destino de todos modos!
A lo largo de su camino se encontraron con muchos obstáculos, incluidos animales salvajes como osos y zorros, pero con valor y determinación acabaron cruzando ríos y colinas hasta llegar finalmente a su destino: un reino encantado conocido como el «País de los Diminutos». Aquí todos recibieron a Pulgarcita con los brazos abiertos porque no sólo tenía una valentía increíble, sino también una belleza única que la hacía destacar sobre cualquier otra criatura que viviera en el País de los Diminutos.
La dulce historia de Pulgarcita se extendió rápidamente por todo el País de los Diminutos, inspirando a otras criaturas a creer más en sí mismas; en poco tiempo, todos se olvidaron de lo pequeño o diferente que era cada individuo, y se centraron en celebrar las fortalezas únicas de cada uno.
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