Había una vez una joven llamada Gretel que amaba la buena comida y disfrutaba de la vida. Vivía en una pequeña aldea con su hermano Hansel y ambos tenían la misma pasión por los bocadillos deliciosos.
Un día, mientras recogía leña para el fuego, Gretel oyó a una anciana que la llamaba desde el bosque. Pensando que debía ser alguien que necesitaba ayuda, Gretel decidió investigar. Siguiendo la voz, se adentró en el bosque y se encontró con una vieja cabaña hecha enteramente de caramelos. Sabiendo que los niños suelen alejarse cuando son atraídos por golosinas como ésta, Gretel se mantuvo alerta y se acercó con cautela.
La anciana les recibió con los brazos abiertos y les ofreció todo tipo de dulces para que los disfrutaran: pasteles, caramelos y tartas… ¡Parecía demasiado bueno para ser verdad! Pero justo cuando Gretel se disponía a llevarse algunos a casa, notó algo extraño: ¡cada vez que Hansel cogía algo, su mano se quedaba pegada a lo que tocaba! ¡Pensando rápidamente, se dio cuenta de que no se trataba de una casa cualquiera, sino de una trampa tendida por una bruja malvada que quería mantener a los niños cautivos para siempre!
Gretel ideó rápidamente un plan: fingiendo que no notaba nada raro, sugirió casualmente que trajeran algo más de comida de casa para que su estancia en la casa fuera más cómoda. La bruja aceptó sin rechistar, lo que les dio suficiente tiempo para escapar antes de que pudieran sufrir algún daño real.
Gracias a la astucia y valentía de Gretel, los dos hermanos pudieron volver a casa sanos y salvos, ¡con la barriga llena incluida! Desde entonces, cuando alguien les preguntaba cómo habían tenido tanta suerte contra todo pronóstico, todos sabían exactamente qué respuesta debían dar: «La pequeña e inteligente Gretel nos salvó a todos».
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