Había una vez un joven príncipe llamado Lionel. Soñaba con convertirse algún día en Rey y gobernar su reino con justicia y sabiduría.
Un día, cuando el Rey tuvo que viajar al extranjero por asuntos importantes, dejó al príncipe Lionel a cargo del castillo y sus habitantes. En cuanto se enteró de la noticia, Lionel sintió que le recorría una emoción. No se lo podía creer: ¡era gobernante temporal!
Lionel decidió aprovechar al máximo su nuevo poder explorando todos los rincones del castillo que hasta entonces le estaban vedados. Entre estos lugares había dos antiguas bibliotecas llenas de libros sobre todo tipo de criaturas míticas de todo el mundo: dragones, monstruos y otras bestias mágicas que habían sido olvidadas por la gente durante mucho tiempo. Intrigado por lo que veía en estos viejos y polvorientos textos, Lionel empezó a hojearlos con avidez…
Y así sucedió que, durante su exploración de un volumen especialmente grande, titulado «El libro de las bestias», Lionel se topó con un hechizo que liberaba a nuestro mundo a cualquier criatura descrita en sus páginas si se pronunciaba en voz alta tres veces. Sin pensárselo dos veces, pues ¿quién no se sentiría tentado? – Lionel pronunció estas palabras en voz baja: «¡Libera!» ¡Inmediatamente después de pronunciar este conjuro cayó un rayo en el exterior seguido de un estruendo! Cuando Lionel volvió a mirar el libro, sus páginas estaban vacías… ¡el dragón había desaparecido! El hechizo había funcionado, pero ¿qué había hecho?
Al darse cuenta de la gravedad de las consecuencias de liberar a una criatura tan peligrosa en su reino sin permiso ni preparación adecuada, Lionel corrió rápidamente a reunir a algunos valientes caballeros de entre los que le eran leales y se embarcó en una aventura sin igual; debían encontrar al dragón antes de que se produjera demasiada destrucción en su reino…
Afortunadamente para todos los implicados, no tardaron más que unos días en conseguir localizar
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