Había una vez un niño llamado Senzo al que le gustaba explorar y jugar. Vivía en un pequeño pueblo cerca del mar. Un día, mientras jugaba al aire libre, miró al cielo y notó algo especial: ¡era el sol!
Senzo nunca había visto algo tan grande ni tan brillante. Sabía que si podía tocarlo, sucederían todo tipo de cosas maravillosas. Así que con el corazón lleno de esperanza y emoción, Senzo se subió a su bicicleta y empezó a pedalear más rápido que nunca hacia el sol.
Al acercarse a él, Senzo sintió un calor increíble procedente de sus rayos. Extendió lentamente la mano para tocarlo, pero justo entonces, una voz amistosa le detuvo en seco: «Puedes hacer cualquier cosa que te propongas», dijo la voz. «Pero no intentes tocarme, ¡estoy demasiado caliente!».
Senzo sonrió al escuchar este sabio consejo del propio sol. Sintiéndose inspirado por lo que había oído, Senzo decidió que, por muy dura que sea la vida a veces -estudiar para los exámenes o trabajar en proyectos-, si sigues intentándolo puedes lograr cualquier cosa que te propongas.
Convencido de esta nueva verdad sobre sí mismo, Senzo volvió a subirse a su bicicleta y se alejó hacia el atardecer sintiéndose más seguro de sí mismo que nunca. Y siempre que alguien le preguntaba por qué parecía tan feliz de repente, le oía responder con dos simples palabras «El Sol».
Deja una respuesta