Había una vez dos hermanos llamados Lwando y su hermana pequeña. Estaban increíblemente unidos: se pasaban el día jugando juntos y contándose historias.
Pero un día, a la hermana pequeña de Lwando le ocurrió algo extraño: ¡empezó a convertirse en un monstruo! Rugía con fuerza, pataleaba con rabia y parecía estar al borde de las lágrimas todo el tiempo.
Lwando estaba muy preocupado por su repentino cambio de comportamiento, así que decidió intentar ayudarla a domar a ese monstruo que llevaba dentro. Sabía que no sería fácil, pero tenía una idea que podría funcionar…
Lo primero que hizo Lwando fue mantener una conversación con su hermana pequeña; en lugar de enfadarse o asustarse por sus arrebatos monstruosos, intentó hablar con ella con calma. Le preguntó qué era lo que la hacía sentir así, si había ocurrido algo que la molestara o asustara recientemente. Su enfoque empático funcionó de maravilla, ya que su hermana pequeña se sinceró poco a poco sobre la frustración que sentía cuando las cosas no les iban bien a las dos -por ejemplo, no poder jugar juntas al aire libre debido al mal tiempo-, lo que hacía que esos sentimientos monstruosos la invadieran de vez en cuando.
Lwando escuchó atentamente hasta que su hermanita terminó de hablar antes de abrazarla con fuerza para agradecerle que confiara lo suficiente en él como para compartir emociones tan profundas. A partir de entonces, cada vez que alguno de los dos se sentía abrumado por sus emociones, simplemente se abrazaba con fuerza hasta que todo volvía a parecer correcto…
Con el tiempo, el monstruo que llevaban dentro empezó a desvanecerse hasta que desapareció por completo, ¡dejando tras de sí sólo recuerdos felices!
Deja una respuesta