Érase una vez un anciano llamado Padre Escarcha. Era un alma bondadosa y gentil a la que nada le gustaba más que ayudar a la gente necesitada.
Un frío día de invierno, vio a dos niños temblando en la nieve fuera de su casa. La niña y el niño estaban acurrucados tratando de mantenerse calientes, pero no lo hacían muy bien contra el gélido frío.
El Padre Escarcha quiso hacer algo por ellos, así que les abrió la puerta y les invitó a entrar. Dentro había un fuego acogedor y muchas mantas que los mantendrían a salvo del frío invernal.
El bondadoso anciano se aseguró de que los dos niños tuvieran cacao caliente con malvaviscos y algunas galletas caseras para comer mientras se calentaban junto al fuego. Disfrutaron de sus golosinas mientras el Padre Escarcha les contaba historias sobre lo maravilloso que puede ser el invierno si te preparas adecuadamente para él.
Después, el Padre Escarcha dio a cada niño un regalo especial: a uno le dio un abrigo nuevo de suave tejido de lana que le mantuvo caliente durante toda la temporada, mientras que el otro recibió unas acogedoras manoplas para que no se le congelaran las manos en los días fríos que se avecinaban.
Los niños agradecieron profusamente al Padre Escarcha antes de salir de su casa sintiéndose mucho más calientes que cuando llegaron. Sin embargo, en cuanto volvieron a pisar la nieve, ¡ambos sintieron que sus regalos les ayudaban a protegerse de las futuras heladas!
Pasaron los años, pero cada vez que alguno de los dos niños volvía a enfrentarse a momentos difíciles -ya fueran físicos o emocionales- recordaban la bondad que el Padre Escarcha les mostró en aquel frío día de invierno de hace muchos años; lo que reforzaba en su interior que, pase lo que pase, la vida siempre continuará con sus giros en el camino… ¡como hace el invierno cada año!
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