Érase una vez un molinero que tenía tres hijos. El hijo menor era el más querido de todos y se llamaba Tom. Un día, mientras caminaba por el bosque, Tom tropezó con un viejo y maltrecho par de botas que había dejado algún viajero desconocido.
Tom se llevó las botas a casa y las puso en su dormitorio, donde permanecieron olvidadas durante meses hasta que una noche ocurrió algo extraño. Mientras Tom dormía, apareció en su habitación un gato que hablaba. Le dijo que le habían enviado para ayudarle a hacerse rico y a tener éxito; lo único que tenía que hacer era ponerse las botas que había encontrado en el bosque.
Tom siguió las instrucciones y se puso rápidamente las botas; ¡de repente, todo cambió! El gato se volvió muy sabio y empezó a dar consejos que hicieron maravillas para la posición social de Tom, así como para su riqueza. Pronto se casó con la nobleza y se convirtió en un poderoso señor con muchas tierras bajo su control gracias a este astuto gato con su par de botas mágicas.
Los dos se hicieron grandes amigos con el tiempo, pero su amistad no sólo tenía que ver con el dinero o el poder, sino también con la lealtad y la confianza. Por muy duras que fueran las cosas o por muchos problemas en los que se metieran juntos, esta pareja siempre estuvo a su lado en las buenas y en las malas, como deben hacer los verdaderos mejores amigos.
Con el paso de los años, la gente empezó a llamar a Tom «El Gato con Botas» por su inteligente amigo felino, que contribuyó a que la vida de ambos fuera perfectamente próspera. Por eso el Gato con Botas sigue siendo uno de los cuentos más famosos de hoy en día, que nos recuerda que la creatividad a veces puede superar incluso la ética o la amistad cuando se trata de alcanzar el éxito en la vida (¡o al menos de asegurarnos de pasar un buen rato en el intento!).
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