Érase una vez, en un reino lejano, una hermosa princesa llamada Rose. Todas las noches, al atardecer, la princesa Rosa se asomaba al balcón de su palacio y cantaba una nana a todos sus súbditos. Todos los habitantes del reino dejaban de hacer lo que estaban haciendo y escuchaban su dulce voz hasta que terminaba de cantar cada noche.
Una noche, mientras cantaba su nana habitual, una bruja malvada apareció de la nada y maldijo a la princesa Rosa con el silencio. Todo el reino se sumió en el caos, pues ya nadie podía oír la voz de su querida princesa. Sin el relajante sonido de su voz cada noche, todos se sentían inquietos y enfadados.
El Rey estaba desesperado por romper la maldición de su hija, así que emitió un edicto por toda la tierra: ¡quien pueda recuperar la canción de la princesa Rosa será recompensado con riquezas más allá de lo imaginable! Al oír esta noticia, gentes de todos los rincones del reino se lanzaron a la búsqueda de la cura, pero ninguno consiguió encontrarla.
Cuando toda esperanza parecía perdida, llegó a la corte un anciano que llevaba un extraño pájaro dorado en su bolsa. Dijo que sólo si lo cantaba una canción especial podría levantar la maldición de la princesa Rosa, ¡pero nadie sabía a qué tipo de canción se refería! Así que de nuevo todos recurrieron a medidas desesperadas; buscaron por todas partes alguna pista sobre esta canción mágica, pero seguían sin encontrar nada… ¡hasta que un día alguien se topó con unos antiguos pergaminos que describían cómo cantar una determinada canción de cuna bajo la luz de la luna podía hacer funcionar su hechizo mágico sobre la maldición de la princesa Rose!
Tomando estas palabras como verdad, todo el mundo se reunió en el exterior, en lo alto de las murallas del castillo, justo antes de la medianoche, cuando de repente la Princesa Rose se adelantó y extendió ambas manos hacia ellos: en una mano tenía el pájaro dorado apretado contra su pecho, mientras que en la otra tenía escrita una partitura llena de notas que formaban una melodía mágica, y sin decir ni una sola palabra empezó a tararear una suave melodía hasta que finalmente completó la última nota, rompiendo así el hechizo que pesaba sobre ella y levantando la maldición para siempre… A partir de entonces, todas las noches la gente volvió a oír el sonido que salía del balcón del castillo: su querida princesa les daba una suave serenata con la misma melodía solemne pero edificante que devolvía la paz al Reino.
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