Érase una vez, en la noche de Halloween, dos hermanos pequeños, Jack y Jill, salieron a pedir dulces. Llevaban horas recogiendo caramelos y golosinas en su barrio.
De repente, oyeron un débil ruido procedente de una vieja casa abandonada cercana. El sonido era como si alguien susurrara algo en voz baja, pero ninguno de los dos podía distinguir lo que decía exactamente. La curiosidad les pudo, así que decidieron investigar más a fondo y ver qué era lo que provocaba ese misterioso sonido.
Jack y Jill se acercaron cautelosamente a la puerta principal de la casa y descubrieron que no estaba cerrada del todo. Parecía que algo o alguien de dentro la había abierto lo suficiente para que pudieran entrar sin hacer demasiado ruido. Una vez dentro, notaron un extraño resplandor anaranjado que provenía del pasillo que conducía a una de las habitaciones al final del mismo.
Los hermanos se dirigieron lentamente hacia el lugar de donde parecía provenir esa luz, hasta que por fin llegaron a su origen: allí, sentada sobre una vieja mesa de madera, frente a ellos, había una enorme calabaza que brillaba. La calabaza parecía viva, con unos ojos que se movían de un lado a otro observando todo lo que la rodeaba, como si fuera una especie de espíritu guardián que protegiera su hogar dentro de las paredes de este edificio abandonado.
Jack y Jill no podían creer lo que estaba ocurriendo ante sus ojos: ¡estaban frente a frente con una calabaza viva en la noche de Halloween! Después de pasar un rato admirando su belleza, Jack recordó de repente la intrepidez de su hermana ante las cosas nuevas, lo que le dio el valor suficiente para acercarse para inspeccionarla aún mejor, lo que hizo que los dos niños estallaran en carcajadas al notar el aspecto tan gracioso que debía tener al lado de ese vegetal gigante.
Como si respondieran positivamente a tan ruidosa reacción, inmediatamente después volvieron a oír la misma voz susurrante que se dirigía directamente a ambos niños preguntándoles si querían llevarse algunas semillas como regalo de despedida. Sorprendidos por la repentina petición, pero fascinados por la idea, aceptaron el ofrecimiento mientras se sentían agradecidos por la inesperada amabilidad mostrada durante el breve encuentro con esta peculiar criatura que les proporcionó una gran alegría.
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