Había una vez un niño llamado Toby. Acababa de cumplir un año y le encantaba explorar el mundo que le rodeaba. Todos los días, Toby salía a su jardín e intentaba trepar por todo lo que encontraba. Empezó con cosas sencillas, como sillas y mesas, pero pronto abordó objetos más grandes, como árboles o paredes.
Un día, en su aventura por el jardín, Toby se encontró con un árbol alto que le parecía imposible de escalar. Pero como no se rinde fácilmente, probó con determinación todos los trucos del libro hasta que, después de mucho trabajo, ¡lo consiguió!
Toby no podía creer que lo hubiera conseguido; tan orgulloso de sí mismo y lleno de alegría por haber logrado lo que antes parecía imposible, echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas como si nada más importara en ese momento. Su confianza en sí mismo se disparó más que nunca.
Pero, de repente, la realidad le golpeó cuando Toby se dio cuenta de que, ahora que había conseguido subir a un árbol… ¡¿cómo iba a bajar de nuevo?! Afortunadamente para él, sus padres estaban cerca y veían con orgullo cómo su hijo se enfrentaba a un reto tan increíble; intervinieron inmediatamente y le ayudaron a bajar del árbol sano y salvo.
Toby sonrió felizmente al saber que, independientemente del obstáculo que le esperaba, su familia siempre estaba dispuesta a ayudarle en su viaje por las aventuras de la vida. Y desde entonces, cada vez que alguien le preguntaba «¿Sabes escalar?»… Siempre respondía con seguridad «¡Puedo escalar!».
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