Había una vez una niña llamada Lucy que vivía en una pequeña casa con su madre y su padre. Todas las mañanas salía al jardín a jugar y explorar. Un día, mientras jugaba en el jardín, notó algo extraño al final de su jardín: ¡parecían luces de hadas parpadeando en la distancia!
Curiosa por saber qué podía haber al final de su jardín, Lucy decidió seguirlas. Al acercarse, pudo ver un precioso jardín de hadas secreto lleno de flores y árboles repletos de hadas brillantes. Las hadas eran tan pequeñas que casi se confundían con el paisaje que las rodeaba, pero cuando vieron a Lucy volaron para saludarla.
La líder de las hadas se presentó como la reina Astrid y le explicó que ése era su hogar especial, lejos de los demás humanos, donde podían hacer lo que quisieran sin miedo ni juicio. Preguntó si Lucy quería unirse a ellas para tomar el té, ya que parecía que la habían invitado.
Lucy aceptó encantada y pasó una tarde increíble jugando y aprendiendo más sobre estas criaturas mágicas. Juntas, se rieron hasta que les dolió la barriga mientras bebían té hecho con pétalos de rosa recogidos de todo el mundo por los compañeros felinos de la reina Astrid, ¡que la acompañaban a todas partes! Al anochecer, la reina Astrid agradeció a Lucy su amabilidad antes de enviarla de vuelta a casa con un montón de regalos, incluidas unas semillas especiales para que algún día haya muchos más jardines de hadas a la espera de que alguien los descubra también.
A partir de entonces, todas las noches, antes de acostarse, Lucy se asomaba a su patio trasero con la esperanza de volver a ver esos hermosos destellos que sólo pertenecían a estas amigas tan especiales que vivían a su alcance: una feliz prueba de que la magia puede seguir existiendo incluso en nuestras vidas ordinarias si nos tomamos un tiempo de vez en cuando para creer…
Deja una respuesta