Érase una vez, en una tierra lejana, una hermosa princesa llamada Blancanieves. Tenía las mejillas sonrosadas y una larga melena oscura que le llegaba a la cintura. Allá donde iba, la gente se detenía para admirar su belleza.
Un día, la Reina, que estaba muy celosa de la belleza de Blancanieves, preguntó a su Espejo Mágico quién era la más bella de todas y éste dijo: «Blancanieves es la más bella de todas». Esto enfureció tanto a la Reina que decidió deshacerse de Blancanieves de una vez por todas.
Envió a un cazador al bosque con instrucciones de traer el corazón de Blancanieves en una caja como prueba de que había hecho lo que se le había ordenado, pero en lugar de eso dejó a Blancanieves libre y trajo el corazón de un animal.
Cuando la Reina se enteró de esto, ¡se puso furiosa! Entonces creó una manzana envenenada encantada que enviaría a cualquiera que la comiera a un sueño eterno. La malvada reina se disfrazó de vieja vendedora ambulante y se la dio a Blancanieves cuando la encontró en el bosque.
Pero justo antes de dar un mordisco a la manzana, uno de los siete enanitos pasó por allí, vio lo que ocurría y rápidamente se la quitó de las manos y la tiró al suelo, donde se rompió en pedazos, ¡salvando a la pobre Blancanieves de una muerte segura!
Los enanos cuidaron de Blancanieves mientras estaban fuera trabajando en su mina durante cada día -incluso se construyeron camas especiales para que su nueva amiga pudiera estar cómoda mientras ellos estaban fuera.
Con el tiempo, se corrió la voz de que la princesa Blancanieves seguía siendo muy bella después de tantos años durmiendo en la cama, ¡por mucho maquillaje o pociones que se utilicen, nada puede compararse con una belleza real como la suya!
Finalmente, después de muchos años, el Príncipe Encantador vino en busca de su verdadero amor -al no poder encontrar ninguna otra chica más bella que la Princesa Blancanieves- la besó suavemente en los labios al despertar de su profundo sueño. Ambos se enamoraron perdidamente el uno del otro
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