Érase una vez, en la ciudad de Canterbury, una joven princesa llamada Aurora. Aurora era hermosa, amable y gentil. Tuvo muchos pretendientes que deseaban conquistar su corazón, pero ninguno pudo captarla como el chico tonto del pueblo.
Este joven se llamaba Juan y no era rico ni guapo, pero tenía un espíritu aventurero que llamó la atención de Aurora. Decidió arriesgarse a impresionarla enviándole regalos todos los días: flores, dulces y baratijas de todo tipo.
Aurora se sintió tan conmovida por su esfuerzo que le invitó a reunirse con ella en el jardín del palacio una noche en la que compartieron historias sobre sus vidas hasta bien entrada la noche. Mientras hablaban, Juan le reveló sus verdaderos sentimientos por Aurora y le pidió que le diera una oportunidad para demostrar que era digno de su amor.
Aunque dudó al principio, Aurora acabó aceptando después de ver lo decidido que estaba Juan a ganarse su corazón a pesar de que todas las probabilidades estaban en su contra. Con su nuevo coraje, Juan asumió las tareas que habían dejado otros pretendientes antes que él y consiguió completarlas todas en un tiempo récord; ¡impresionando así tanto al padre de la princesa como a ella misma!
Cada día que pasaba su amor se hacía más fuerte hasta que, finalmente, un día el Rey les concedió permiso para casarse delante de todos los ciudadanos de Canterbury, ¡para alegría de todos! A partir de entonces se les conoció entre los aldeanos como «La Princesa de Canterbury»
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