Había una vez un niño llamado Pembral. Tenía siete años y le encantaba jugar con sus amigos en el parque. Pero Pembral tenía un problema: ¡siempre parecía olvidar las cosas!
Un día, después del colegio, la madre de Pembral le pidió que sacara la basura cuando llegaran a casa. «Sí, mamá», dijo Pembral mientras corría hacia la casa adelantándose a ella. Sin embargo, cuando su madre entró en la casa se dio cuenta de que ¡la basura no se había sacado todavía!
La madre de Pembral suspiró y sacudió la cabeza, decepcionada, pero luego sonrió a su hijo tranquilizándolo y le dijo: «No pasa nada, cariño… Sé que te has olvidado». Ella misma sacó la basura mientras Pembral agachaba la cabeza avergonzado.
Esa noche, antes de acostarse, Pembral le dijo a su madre que lamentaba haberse olvidado de nuevo. Su madre le abrazó con fuerza y le dijo: «Te quiero pase lo que pase, cariño; aunque de vez en cuando te olvides de algo importante».
Pembral se sintió mucho mejor después de escuchar esas palabras de su cariñosa mamá y se fue a dormir con una sonrisa en la cara sabiendo que ella siempre estaría a su lado pasara lo que pasara.
A la mañana siguiente, volvió a ser hora de ir al colegio, pero esta vez, cuando Pembral buscó lápices en su mochila… ¡no los encontró! Se los había olvidado en casa, además de todo lo demás. Desesperado por no defraudar a mamá una vez más, se le ocurrió una idea: ¿quizás si preguntaba entre sus compañeros de clase alguien le podría prestar algunos lápices? Y, efectivamente, uno de sus amigos le ayudó y le prestó tres lápices afilados que le salvaron el día.
Cuando regresó a casa esa misma tarde, lo único que Penbral quería era otro abrazo de mamá, y eso fue exactamente lo que le dio; ¡además de muchos besos! Desde entonces, cada vez que Penbral se olvidaba de algo importante o pequeño, como sacar la basura o dejarse los lápices en el colegio… su madre le daba abrazos más cariñosos para que Penbral supiera que le seguía queriendo a pesar de todo 🙂
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