Había una vez una niña llamada Ricitos de Oro. Tenía una larga melena dorada y llevaba un vestido amarillo con lunares blancos.
Un día, Ricitos de Oro decidió ir a dar un paseo por el bosque cercano a su casa. Mientras caminaba por el bosque, se encontró con una vieja casita escondida entre los árboles. Parecía que no se había utilizado en años.
Ricitos de Oro recordaba que su mamá le decía que no entrara en casas extrañas, pero ésta parecía tan atractiva que no pudo resistirse a echar un vistazo dentro…
Cuando Ricitos de Oro abrió la puerta de la casita, encontró tres sillas alineadas contra una pared: ¡una silla grande, una silla mediana y una silla pequeña! Al otro lado de la habitación había tres platos llenos de diferentes tipos de comida: gachas en cada plato. Uno de los platos estaba demasiado caliente para tocarlo; otro estaba demasiado frío y muy duro; mientras que otro estaba en su punto.
Entonces, cuando Ricitos de Oro siguió explorando la casa, oyó unos ronquidos procedentes del dormitorio de arriba. Cuando subió a echar un vistazo, había tres camas: una grande para Papá Oso, una mediana para Mamá Oso y, por último, una pequeña que pertenecía a Bebé Oso.
Ricitos de Oro probó cada una de las camas hasta que se quedó dormida en la acogedora camita de Bebé Oso. En ese momento, Mamá Osa se despertó de su sueño y se dio cuenta de que otra persona había estado durmiendo en la cama de su bebé. Esto les enfadó mucho!. Empezaron a perseguir a Goldilock, que corrió rápidamente fuera de su casa, de vuelta a casa sano y salvo, donde mamá se abrazó fuertemente para no soltarlo nunca más… El final
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